EL CUARTO CAMINO DE GURDJIEFF, COMO COMENZAR UNA BUSQUEDA REAL DE SI MISMO

En una de las reuniones siguientes, le fue planteada esta pregunta: ¿Cuál es la meta de su enseñanza?

—Yo tengo, por cierto, mi meta, respondió G., pero ustedes me permitirán que no hable de
ella. Porque mi meta no puede todavía significar nada para ustedes. Para ustedes, lo que
cuenta ahora es que puedan definir su propia meta. En cuanto a la enseñanza misma, ella no
puede tener una meta. No hace sino indicar a los hombres la mejor manera de alcanzar sus
metas, cualesquiera que éstas sean. La cuestión de metas es primordial. Mientras un hombre
no haya definido su propia meta, no es capaz aún de comenzar a «hacer». ¿Cómo podría uno
«hacer», si no tiene meta? Ante todo, «hacer» presupone una meta.
—Pero la cuestión de la meta de la existencia es una de las más difíciles, replicó uno de los
presentes. Usted nos pide resolverla de entrada. Quizás hemos venido aquí precisamente
porque buscamos una respuesta a esta pregunta. Usted espera de nosotros el que ya la
conozcamos. Pero de ser así el caso, ya sabríamos realmente todo.
—Ustedes me han comprendido mal, dijo G. No hablaba de la meta de la existencia, en un
sentido filosófico. El hombre no la conoce y no puede conocerla, mientras siga siendo lo que
es.
"No le es posible, primeramente porque la existencia no tiene una sola, sino numerosas metas.
Por lo demás, todas las tentativas para resolver este problema por los métodos ordinarios son
absolutamente sin esperanza e inútiles. Yo les hice una pregunta totalmente diferente. Les
interrogué sobre su meta personal, sobre lo que quieren alcanzar, y no sobre la razón de ser de
su existencia. Cada uno debe tener su propia meta; un hombre desea riquezas, otro salud, un
tercero el reino de los cielos, un cuarto quiere ser general, etc. Sobre metas de esta clase es lo
que les pregunté. Si me dicen cuál es su meta, yo podré decirles si seguimos o no el mismo
camino.
"Piensen de qué manera se formulaban su meta, a sí mismos, antes de venir aquí.
—Yo me formulaba mi meta con perfecta claridad hace algunos años, respondí. Me decía
entonces que quería conocer el futuro. A través de un estudio teórico del problema, había
llegado a la conclusión de que el futuro puede ser conocido, e incluso varias veces logré
conseguir experimentalmente un conocimiento exacto del futuro. Había llegado a la
conclusión de que teníamos que conocer el futuro y que teníamos derecho a ello, porque de
otra manera no podríamos organizar nuestras vidas. Este asunto me parecía muy importante. Consideraba, por ejemplo, que un hombre puede saber y tiene el derecho de saber
exactamente el tiempo que le queda, el tiempo de que aún dispone—el día y la hora de su
muerte. Siempre había encontrado humillante vivir en esta ignorancia y había decidido, desde
cierto momento, no emprender nada, fuera lo que fuere, antes de saberlo. En realidad ¿qué
sentido tiene emprender un trabajo cualquiera cuando uno ni siquiera sabe si tendrá tiempo
para terminarlo?
—Muy bien. dijo G. Conocer el futuro es para usted la primera meta. ¿Puede alguien in;'is
formular su meta?
—Quisiera estar convencido de que sobreviviré a la muerte de mi cuerpo físico y, si esto
depende de mí, quisiera trabajar para existir después de la muerte, dijo uno de los presentes.
—El conocimiento o la ignorancia del futuro, la certidumbre o incertidumbre de una
supervivencia me importan igualmente poco, dijo otro, si he de seguir siendo lo que soy
ahora. Lo que siento con más fuerza es que no soy el amo de mí mismo, y si debo formular mi
meta diría que quiero ser el amo de mi mismo.
—Quisiera comprender la enseñanza de Cristo y ser un verdadero cristiano, dijo el siguiente.
—Quisiera poder ayudar a los demás.
—Quisiera saber cómo detener las guerras.
—Bien, eso basta, dijo G. Ya tenemos suficientes elementos.
Entre los deseos formulados, el mejor es el de ser el amo de sí. Sin esto, nada más es posible,
ninguna otra cosa podrá tener valor alguno. Pero comencemos por el examen de la
primera meta. "Para conocer el futuro es necesario ante todo conocer tanto
el presente como el pasado en todos sus detalles. Hoy es lo que es porque ayer fue lo que fue,
y si hoy es como ayer mañana será como hoy. Si ustedes quieren que mañana sea diferente
deben hacer que hoy sea diferente. Si hoy no es sino una consecuencia de ayer, mañana a su
vez no será sino una consecuencia de hoy. Y si alguien ha estudiado a fondo lo que ha sucedido ayer, antes de ayer, hace una semana, un año, diez años, puede entonces sin riesgos de
error decir qué sucederá y qué no sucederá mañana. Pero hoy día no tenemos suficientes
elementos a nuestra disposición como para discutir seriamente este problema. Lo que ocurre o
lo que puede ocurrimos depende de una u otra de estas tres causas: el accidente, el destino o
nuestra propia voluntad. Tal como somos nos encontramos casi completamente a merced del
accidente. No podemos tener destino en el verdadero sentido de la palabra, así como no
podemos tener voluntad. Si tuviésemos voluntad, por este solo hecho seríamos capaces de
conocer el futuro. Porque nos sería posible el construir nuestro futuro, y hacerlo tal como lo
queremos. Si tuviésemos un destino, podríamos también conocer el futuro porque el destino
corresponde al tipo. Si se conoce el tipo entonces su destino también puede conocerse, es
decir, a la vez su pasado y su futuro. Pero los accidentes siguen siendo imprevisibles. Hoy día
un hombre es de una manera, mañana es diferente; hoy día le sucede una cosa, mañana otra.
—¿Pero no puede usted prever lo que nos va a suceder? preguntó uno. ¿No ve con
anticipación los resultados que cada uno de nosotros conseguirá trabajando sobre sí, y si vale
acaso la pena que uno emprenda este trabajo?
—Es imposible decirlo, dijo G. Sólo se puede predecir el futuro de hombres. El futuro no
puede ser predicho para máquinas locas. Su dirección cambia en cada momento. En un
momento dado una máquina de éstas va en una dirección, y ustedes pueden calcular a dónde
puede llegar, pero cinco minutos más tarde ésta se precipita en una dirección completamente
diferente y todos sus cálculos probarán ser falsos. Asimismo, antes de hablar de predecir el
futuro es necesario saber de quién se trata. Si un nombre quiere prever su propio futuro, debe
ante todo conocerse a sí mismo. En seguida verá si le vale la pena conocer su futuro. En
ocasiones tal vez le será preferible no conocerlo.
"Esto parece paradójico, pero tenemos todo el derecho de decir que ya conocemos nuestro
futuro: será exactamente idéntico a lo que ha sido nuestro pasado. Nada puede cambiar por sí solo.
"Y en la práctica, para estudiar el futuro, uno tiene que aprender a notar y recordar los
momentos en que conocemos realmente el futuro y en que actuamos de acuerdo con este
conocimiento. Tendremos así la prueba de que realmente conocemos el futuro. Esto es
sencillamente lo que pasa en los negocios, por ejemplo. Todos los buenos comerciantes
conocen el futuro, de otro modo sus negocios quebrarían. En el trabajo sobre sí, es necesario
ser un buen comerciante, un hombre de negocios avispado. No vale la pena conocer el futuro
sino cuando un hombre puede ser su propio amo.
"Hubo también una pregunta sobre la vida futura: ¿cómo crearla, cómo evitar la muerte final,
cómo no morir?
"Para esto es indispensable «ser». Si un hombre cambia a cada instante, si no hay nada en él
que pueda resistir a las influencias exteriores, esto quiere decir que nada en él puede resistir a
la muerte. Pero si llega a ser independiente de las influencias exteriores, si aparece en él
«algo» que pueda vivir por si mismo, este «algo» puede no morir. En las circunstancias
ordinarias morimos a cada instante. Las influencias exteriores cambian y nosotros cambiamos
con ellas; esto quiere decir que muchos de nuestros «yoes» mueren. Si un hombre desarrolla
en sí mismo un «Yo» permanente, que pueda sobrevivir a un cambio de condiciones
exteriores, este «Yo» podrá también sobrevivir a la muerte del cuerpo físico. Todo el secreto
es que no se puede trabajar para la vida futura, sin trabajar para esta vida. Al trabajar para la
vida, un hombre trabaja para la muerte o más bien para la inmortalidad. Es por esto por lo que
el trabajo para la inmortalidad, si se le puede llamar así, no puede estar separado del trabajo
para la vida en general. Al alcanzar uno se alcanza el otro. Un hombre puede esforzarse en ser
simplemente en aras de los intereses de su propia vida. Tan sólo por esto puede llegar a ser
inmortal. No hablamos especialmente de una vida futura y no tratamos de saber si existe o no,
porque las leyes son las mismas en todas partes. Al estudiar simplemente su propia vida y la
de los demás, desde su nacimiento hasta su muerte, un hombre estudia todas las leyes que
gobiernan la vida y la muerte y la inmortalidad. Si llega a ser amo de su vida, puede llegar a
ser amo de su muerte.

"Entre las metas que se han expresado, sin discusión alguna la más justa es la de ser amo de si
misino, porque sin esto nada es posible. En comparación con esta meta, todas las demás no
son sino sueños infantiles, deseos de los cuales un hombre no podría hacer el menor uso
aunque le fuesen concedidos.
"Por ejemplo, alguien dijo que quería ayudar a los demás. Para ser capaz de ayudar a los
demás, primero hay que aprender a ayudarse a sí mismo. Con la idea de ayudar a los demás,
un gran número de personas se deja llevar por toda clase de pensamientos y de sentimientos
simplemente por pereza. Son demasiado perezosas para trabajar sobre sí mismas; pero les
agrada mucho pensar que son capaces de ayudar a los demás. Esto es ser falso e hipócrita
consigo mismo. Cuando un hombre se ve realmente tal cual es, no le pasa por la cabeza
ayudar a los demás — tendría vergüenza de pensar en esto. El amor a la humanidad, el
altruismo, son palabras muy bonitas, pero no tienen significado sino cuando un hombre es
capaz, por su propia elección y de su propia decisión, de amar o de no amar, de ser un
altruista o un egoísta. Entonces su elección tiene un valor. Pero si no hay elección alguna, si él
no puede hacer otra cosa, si es solamente lo que la casualidad lo ha hecho o lo esta haciendo
— hoy un altruista, mañana un egoísta y pasado mañana nuevamente un altruista— ¿qué valor
puede tener todo esto? Para ayudar a los demás un hombre tiene que aprender primero a ser
egoísta, un egoísta consciente. Sólo un egoísta consciente puede ayudar a los demás. Tal
como somos no podemos hacer nada. Un hombre decide ser un egoísta y resulta regalando su
última camisa. Habiendo decidido regalar su última camisa, arranca la del hombre al que le
quería dar la suya. O bien al decidir dar su propia camisa, quiere dar la de otro, y se pone
furioso si éste se la rehúsa. Y así sigue la vida.
"Para hacer lo difícil, hay que aprender primero a hacer lo que es fácil. No se puede comenzar
por lo más difícil.
"Se me ha planteado otra pregunta: ¿Cómo detener las guerras? Las guerras no pueden ser
detenidas. La guerra es el resultado de la esclavitud en que viven los hombres. Estrictamente
hablando no se puede culpar a los hombres por la guerra. En su origen hay fuerzas cósmicas e
influencias planetarias. Pero los hombres no oponen ni sombra de resistencia a estas
influencias, y no pueden hacerlo porque son esclavos. Si fuesen hombres y fuesen capaces de
«hacer», serían capaces de resistir a estas influencias y de abstenerse de matarse entre ellos.
—Pero ¿seguramente aquellos que lo comprenden pueden hacer algo? interrogó el hombre
que había hecho la pregunta acerca de la guerra. Si un número suficiente de hombres llegase a
la conclusión categórica de que ya no debe haber más guerras, ¿no podrían influir sobre los
demás?
—Aquéllos a quienes disgusta la guerra han estado tratando de hacer eso casi desde la
creación del mundo, dijo G., y sin embargo, nunca ha habido una guerra como la presente.
Las guerras no están disminuyendo', están aumentando, y no pueden ser detenidas por medios
ordinarios. Todas estas teorías acerca de la paz universal, sobre conferencias sobre la paz, etc.,
son nuevamente simple pereza e hipocresía. Los hombres no quieren pensar en sí mismos, no
quieren trabajar sobre sí mismos, no piensan sino en los medios para llevar a los demás a que
sirvan a sus caprichos. Si se llegase a formar efectivamente un grupo suficiente de hombres
deseosos de detener las guerras, comenzarían primero por hacer la guerra contra aquellos que
no estuvieran de acuerdo. Y es aún más seguro que harían la guerra contra quienes también quisieran detener las guerras, pero en forma diferente. Y así, ellos pelearían. Los hombres son
lo que son y no pueden ser diferentes. La guerra tiene muchas causas que son desconocidas
para nosotros. Algunas causas están en los hombres mismos, otras están fuera de ellos. Hay
que empezar por las causas que están en el hombre mismo. ¿Cómo puede el hombre ser
independiente de las influencias exteriores, de las grandes fuerzas cósmicas, cuando es
esclavo de todo lo que lo rodea? Está en poder de todas las cosas a su alrededor. Si fuese
capaz de liberarse de las cosas, entonces podría liberarse de las influencias planetarias.
"Libertad, liberación. Ésta debe ser la meta del hombre. Llegar a ser libre, escapar de la
servidumbre —es por esto por lo que un hombre debería luchar cuando haya llegado a ser,
aunque sea un poco, consciente de su situación. Es la única salida para él, porque nada es
posible mientras siga siendo un esclavo interior y exteriormente. Pero no puede dejar de ser
esclavo exteriormente mientras interiormente siga siendo un esclavo. Por consiguiente, para
llegar a ser libre tiene que conquistar la libertad interior.
"La primera razón de la esclavitud interior del hombre es su ignorancia, y sobre todo, su
ignorancia de sí mismo. Sin el conocimiento de sí, sin la comprensión de la marcha y de las
funciones de su máquina, el hombre no puede ser libre, no puede gobernarse y seguirá siendo
siempre esclavo, y el juguete de las fuerzas que actúan sobre él.
"Esta es la razón por la cual, en las enseñanzas antiguas, la primera exigencia al comienzo del
camino de la liberación, era:
«Conócete a ti mismo»."
En la reunión siguiente, G. comentó estas palabras: "Conócete a ti mismo".
—Esta fórmula, generalmente atribuida a Sócrates, en realidad se encuentra en la base de
muchas doctrinas y escuelas mucho más antiguas que la escuela socrática. Pero aunque el
pensamiento moderno no desconoce la existencia de este principio, no tiene sino una idea
muy vaga de su significado y de su alcance. El hombre ordinario de nuestra época, aun si se
interesa en la filosofía o en las ciencias, no comprende que el principio «Conócete a ti
mismo» se refiere a la necesidad de conocer su propia máquina, la «máquina humana». La
estructura de la máquina es más o menos la misma en todos los hombres; por lo tanto es esta
estructura la que el hombre debe estudiar primeramente, es decir las funciones y las leyes de
su organismo. En la máquina humana todo está ligado, una cosa depende de otra hasta tal
punto que es completamente imposible estudiar cualquier función sin estudiar todas las otras.
El conocimiento de una parte requiere el conocimiento del todo. Es posible conocer el todo
del hombre, pero esto exige mucho tiempo y mucho trabajo, exige sobre todo la aplicación del
método correcto, e igualmente la dirección justa de un maestro.
"El principio «Conócete a ti mismo» tiene un contenido muy rico." En primer lugar exige, del
hombre que quiere conocerse, que comprenda lo que esto quiere decir, en qué conjunto de
relaciones se inscribe este conocimiento, y de qué depende necesariamente.
"El conocimiento de sí es una meta muy alta, pero muy vaga y muy lejana. El hombre en su
estado actual está muy lejos del conocimiento de sí. Por eso, estrictamente hablando, la meta
del hombre no puede ser el conocimiento de sí. Su gran meta debe ser el estudio de sí. Para él
será más que suficiente el comprender que tiene que estudiarse a sí mismo. La meta del
hombre debe ser el comenzar a estudiarse a sí mismo, a conocerse a si mismo, de una manera
conveniente.
"El estudio de sí es el trabajo o la vía que conduce al conocimiento de sí.
"Pero para estudiarse a sí mismo es necesario ante todo aprender cómo estudiar, por dónde
comenzar, qué medios emplear. Un hombre tiene que aprender cómo estudiarse a sí mismo y
tiene que estudiar los métodos del estudio de si.
"El método fundamental para el estudio de sí es la observación de sí. Sin una observación de
sí correctamente conducida, un hombre no comprenderá jamás las conexiones y las correspondencias de las diversas funciones de su máquina, no comprenderá jamás cómo ni por qué en él «todo sucede».
"Pero el aprendizaje de los métodos correctos de observación de sí y de estudio de si, requiere
una comprensión precisa de las funciones y de las características de la máquina humana. De
este modo, para observar las funciones de la máquina humana es necesario comprenderlas en
sus divisiones correctas y poder definirlas exactamente y de inmediato; además, la definición
no debe ser verbal, sino interior: por el sabor, por la sensación, de la misma manera en que
nos definimos a nosotros mismos todo lo que experimentamos interiormente.
"Hay dos métodos de observación de sí: el primero es el análisis, o las tentativas de análisis,
es decir las tentativas de encontrar una respuesta a estas preguntas: ¿de qué depende tal cosa,
y por qué sucede? — y el segundo es el método de las constataciones, que consiste solamente
en registrar, en grabar en la mente, en el momento mismo, todo lo que uno observa.
"Sobre todo al comienzo, la observación de sí no debe llegar a ser análisis, o tentativa de
análisis, bajo ningún pretexto. El análisis no es posible sino mucho más tarde, cuando ya se
conocen todas las funciones de la propia máquina y todas las leyes que la gobiernan.
"Al tratar de analizar tal o cual fenómeno que lo ha impresionado fuertemente, un hombre
generalmente se pregunta:
«¿Qué es esto? ¿Por qué sucede esto así y no de otra manera?» Y comienza a buscar una
respuesta a estas preguntas, olvidándose de todo lo que las observaciones ulteriores podrían
aportarle.
Más y más absorbido por las preguntas, pierde totalmente el hilo de la observación de sí, y
hasta llega a olvidar la idea misma. La observación se detiene. De este hecho resulta claro que
tan sólo una cosa puede progresar: o la observación, o bien las tentativas de análisis.
"Pero aún fuera de esto, toda tentativa de análisis de fenómenos aislados, sin el conocimiento
de las leyes generales, es una pérdida total de tiempo. Antes de poder analizar los fenómenos,
aun los más elementales, un hombre debe acumular suficiente material bajo la forma de
«constataciones», es decir como resultado de una observación directa e inmediata de lo que
pasa en él. Este es el elemento más importante en el trabajo del estudio de sí. Cuando se ha
acumulado un número suficiente de «constataciones» y cuando al mismo tiempo se ha
estudiado y comprendido hasta un cierto punto las leyes, sólo entonces se hace posible el
análisis.
"Desde el comienzo mismo, la observación y la constatación se deben basar sobre el
conocimiento de los principios fundamentales de la actividad de la máquina humana. La
observación de sí no se puede conducir correctamente si no se comprenden estos principios, y
si no se les tiene siempre en cuenta en la mente. Es por esta razón que la observación de sí
ordinaria, tal como la practica la gente toda su vida, es totalmente inútil y no puede llegar a
nada.
"La observación debe comenzar con la división de las funciones. Toda la actividad de la
máquina humana está dividida en cuatro grupos de funciones netamente definidas. Cada uno
está gobernado por su propio «cerebro» o «centro». Un hombre debe diferenciar, al
observarse a sí mismo, las cuatro funciones fundamentales de su máquina: las funciones
intelectual, emocional, motriz e instintiva. Cada fenómeno que un hombre observan en sí
mismo se relaciona con una u otra de estas funciones. Por eso, antes de comenzar a observar,
un hombre debe comprender en qué difieren las funciones, qué significa la actividad
intelectual, qué significa la actividad emocional, la actividad motriz y la actividad instintiva.
"La observación debe comenzar por el principio. Todas las experiencias anteriores, todos los
resultados anteriores de toda observación de sí, deben ser dejados de lado. Allí puede haber
elementos de gran valor. Pero todo este material está basado en las divisiones erróneas de las
funciones observadas, y éste mismo está dividido de manera incorrecta. Por esta razón no se
lo puede utilizar; en todo caso, no se lo puede utilizar al comienzo del estudio de si. En el
momento oportuno, lo que hay de valor será tomado y utilizado. Pero es necesario comenzar por el principio, es decir, observarse a sí mismo como si no se conociese en lo más mínimo,
como si aún nunca se hubiera observado.
"Cuando uno comienza a observarse, debe tratar de determinar al instante a qué grupo, a qué
centro, pertenecen los fenómenos que se están observando en el momento.
"Algunos encuentran difícil comprender la diferencia entre pensamiento y sentimiento, otros
tienen dificultad en comprender la diferencia entre sentimiento y sensación, entre un pensamiento y un impulso motor.
"Hablando en términos muy amplios se puede decir que la función del pensamiento siempre
trabaja por medio de la comparación. Las conclusiones intelectuales son siempre el resultado
de la comparación de dos o más impresiones.
"La sensación y la emoción no razonan, no comparan, simplemente definen una impresión
dada por su aspecto, por su carácter agradable o desagradable en uno u otro sentido, por su
color, sabor u olor. Lo que es más, las sensaciones pueden ser indiferentes — ni calientes ni
frías, ni agradables ni desagradables: «papel blanco», «lápiz rojo». En la sensación de lo
blanco y de lo rojo no hay nada agradable o desagradable. En todo caso, no es necesario que
haya nada agradable o desagradable ligado a la sensación de uno u otro de estos dos colores.
Estas sensaciones, que proceden de los así llamados «cinco sentidos», y las demás, como la
sensación de calor, la del frío, etc., son instintivas. Las funciones del sentimiento, o
emociones, siempre son agradables o desagradables; no hay emociones indiferentes.
"La dificultad para distinguir entre las funciones se acrecienta por el hecho de que la gente las
siente de manera muy diferente. Es esto lo que generalmente no comprendemos. Creemos que
las personas son mucho más parecidas entre si de lo que son en realidad. Sin embargo, de
hecho hay grandes diferencias entre uno y otro en lo que concierne a las formas o a las
modalidades de sus percepciones. Algunas personas perciben principalmente a través de su
pensar, otras a través de sus emociones, y otras a través de sus sensaciones. La comprensión
mutua es muy difícil, si no imposible, para hombres de diversas categorías y de diversos
modo., de percepción, porque todos dan nombres diferentes a una sola y misma cosa, y el
mismo nombre a las cosas más diferentes. Además, son posibles toda clase de combinaciones.
Un hombre percibe a través de sus pensamientos y de sus sensaciones, otro a través de sus
pensamientos y de sus sentimientos, y así sucesivamente. Cualquiera que sea, cada modo de
percepción se pone inmediatamente en relación con una especie particular de reacción a los
acontecimientos exteriores. Estas diferencias en la percepción y la reacción a los
acontecimientos exteriores producen dos resultados: las personas no se comprenden entre sí y
no se comprenden ellas mismas. Muy a menudo un hombre llama sentimientos a sus
pensamientos o a sus percepciones intelectuales, y llama pensamientos a sus sentimientos, y
sentimientos a sus sensaciones. Este último caso es el más frecuente. Por ejemplo, dos
personas perciben la misma cosa diferentemente, digamos que una la percibe a través de sus
sentimientos y la otra a través de sus sensaciones: podrán discutir toda su vida sin comprender
jamás en qué consiste la diferencia entre sus actitudes en presencia de un objeto dado. En
efecto, la primera lo ve bajo uno de sus aspectos y la segunda bajo otro.
"Para encontrar el método que discrimina, debemos comprender que cada función psíquica
normal es un medio o un instrumento de conocimiento. Con la ayuda del pensar vemos un
aspecto de las cosas y de los sucesos, con la ayuda de las emociones vemos otro aspecto y con
la ayuda de las sensaciones un tercer aspecto. El conocimiento más completo que podríamos
alcanzar de un tema dado sólo se puede obtener si lo examinamos simultáneamente a través
de nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones. Todo hombre que se esfuerza por
alcanzar un conocimiento verdadero debe dirigirse hacia la posibilidad de tal percepción. En
condiciones ordinarias el hombre ve el mundo a través de un cristal deformado, desigual. Y
aun si se da cuenta, no puede cambiar nada. Su forma de percepción, sea cual fuere, depende
del trabajo de su organismo entero. Todas las funciones son interdependientes y se equilibran entre sí, todas las funciones tienden a mantenerse entre sí en el estado en que están. Por eso,
un hombre que comienza a estudiarse a si mismo, al descubrir en sí algo que no le gusta, debe
comprender que no será capaz de cambiarlo. Estudiar es una cosa, cambiar es otra. Sin
embargo, el estudio es el primer paso hacia la posibilidad de cambiar en el futuro. Y desde el
comienzo del estudio de sí, uno debe llegar a convencerse bien de que durante mucho tiempo
todo el trabajo consistirá solamente en estudiarse.
"Ningún cambio es posible en las condiciones ordinarias porque cada vez que un hombre
quiere cambiar una cosa no quiere cambiar sino esta cosa. Pero todo en la máquina está ligado
y cada función está inevitablemente compensada por otra o por toda una serie de otras
funciones, aunque no nos demos cuenta de esta interdependencia entre las diversas funciones
en nosotros mismos. La máquina está equilibrada en todos sus detalles en cada momento de
su actividad. Si un hombre constata en sí mismo algo que le disgusta, y empieza a hacer
esfuerzos para cambiarlo, puede llegar a cierto resultado. Pero al mismo tiempo, con este
resultado obtendrá inevitablemente otro resultado, que no podía haber sospechado. Al
esforzarse para destruir y aniquilar todo lo que le desagrada en él, al hacer esfuerzos hacia
este fin, compromete el equilibrio de su máquina. La máquina se esfuerza por restablecer el
equilibrio y lo restablece creando una nueva función que el hombre no podía haber previsto.
Por ejemplo, un hombre puede observar que es muy distraído, que se olvida de todo, pierde
todo, etc. Comienza a luchar contra este hábito, y si es suficientemente metódico y resuelto,
logra, después de cierto tiempo, obtener el resultado deseado: deja de olvidar o de perder
cosas. Esto lo advierte; pero hay otra cosa que no advierte, y que los demás sí advierten, o sea,
que se ha vuelto irritable, pedante, criticón, desagradable. Ha vencido su distracción, pero en
su lugar ha aparecido la irritabilidad. ¿Por qué? Es imposible decirlo. Sólo el análisis
detallado de las cualidades particulares de los centros de un hombre pueden mostrar por qué la
pérdida de una cualidad ha ocasionado la aparición de otra. Esto no quiere decir que la
pérdida de la distracción deba causar necesariamente la irritabilidad. Cualquier otra
característica que no tenga relación alguna con la distracción podría aparecer igualmente, por
ejemplo, mezquindad, o envidia, u otra cosa.
"De modo que cuando un hombre trabaja en forma conveniente sobre sí mismo, debe tomar
en cuenta los posibles cambios compensatorios que pueden ocurrir y tenerlos en cuenta de antemano. Sólo en esta forma podrá evitar cambios indeseables, o la aparición de cualidades
enteramente opuestas a la meta y a la dirección de su trabajo.
"Pero en el sistema general de la actividad, y de las funciones de la máquina humana, hay
ciertos puntos en los cuales puede tener lugar un cambio sin ocasionar ningún resultado
parasitario.
"Es necesario saber cuáles son estos puntos, y cómo acercarse a ellos, porque si uno no
comienza con ellos no obtendrá ningún resultado u obtendrá resultados equivocados e
indeseables.
"Un hombre, cuando ha fijado en su pensamiento la diferencia entre las funciones
intelectuales, emocionales y motrices, debe, conforme se observa a sí mismo, referir
inmediatamente sus impresiones a la categoría correspondiente. Primero debe tomar nota
mental tan sólo de aquellas observaciones con respecto a las cuales no le cabe la menor duda,
es decir en las que reconoce de inmediato la categoría. Debe rechazar todos los casos vagos o
dudosos, y recordar únicamente aquellos que son indiscutibles. Si este trabajo se efectúa
correctamente, el número de constataciones indudables aumentara rápidamente. Y aquello que
al principio le parecía dudoso muy pronto se verá con claridad como perteneciente al primero,
al segundo, o al tercer centro. Cada centro tiene su propia memoria, sus propias asociaciones,
y su propio pensar. De hecho cada centro consiste de tres partes: la intelectual, la emocional y
la motriz. Pero no sabemos casi nada acerca de este lado de nuestra naturaleza. En cada centro
sólo conocemos una parte. Sin embargo, la observación de sí mismo nos demostrará muy pronto que la vida de nuestros centros es mucho más rica, o en todo caso, que contiene
muchas más posibilidades de las que pensamos.
"A la vez, al observar los centros, podremos constatar, al lado de su trabajo correcto, su
trabajo incorrecto, es decir, el trabajo de un centro en lugar de otro: las tentativas de sentir del
centro intelectual, o sus pretensiones al sentimiento, las tentativas del centro emocional para
pensar, las tentativas del centro motor para pensar y sentir. Como ya se ha dicho, el trabajo de
un centro por otro es útil en ciertos casos, para salvaguardar la continuidad de la vida. Pero al
hacerse habitual este tipo de relevo llega a ser al mismo tiempo dañino, porque comienza a
interferir con el trabajo correcto, permitiendo poco a poco a cada centro descuidar sus propios
deberes inmediatos y hacer, no lo que debería estar haciendo, sino lo que le gusta más en el
momento. En un hombre sano y normal, cada centro ejecuta su propio trabajo, es decir, el
trabajo para el cual fue especialmente destinado y que está mejor calificado para cumplir. Hay
situaciones en la vida de las cuales no podemos hacernos cargo sino sólo con la ayuda del
pensamiento. Si en tal momento el centro emocional comienza a funcionar en lugar del centro
intelectual. enredará todo, y las consecuencias de esta intervención serán por demás
desagradables. En un hombre desequilibrado, la continua substitución de un centro por otro es
precisamente lo que se llama «desequilibrio» o «neurosis». Cada centro procura de alguna
manera endosarle su trabajo a otro, y al mismo tiempo trata de hacer el trabajo de otro centro
para el cual no está capacitado. Cuando el centro emocional trabaja en lugar del centro
intelectual, introduce nerviosidad, febrilidad y precipitación innecesarias en situaciones en las
que, por el contrario, son esenciales un juicio calmo y una deliberación tranquila. Por su lado,
cuando el centro intelectual trabaja en lugar del centro emocional, se pone a deliberar en
situaciones que requieren decisiones rápidas y hace imposible el discernir las particularidades
y los matices tinos de la situación. El pensamiento es demasiado lento. Elabora cierto plan de
acción y continúa siguiéndolo aun cuando las circunstancias hayan cambiado y se haya hecho
necesario otro tipo de acción. Además, en algunos casos la intervención del centro intelectual
hace surgir reacciones enteramente equivocadas, porque el centro intelectual es simplemente
incapaz de comprender los matices y sutilezas de muchos acontecimientos. Al centro del
pensamiento le parecen iguales acontecimientos que son totalmente diferentes para el centro
motor y para el centro emocional. Sus decisiones son demasiado generales y no corresponden
a las que habría tomado el centro emocional. Esto resulta perfectamente claro si nos
representamos la intervención del pensamiento, esto es, de la mente teórica, en el dominio del
sentimiento, o de la sensación, o del movimiento. En cada uno de estos tres casos la
intervención del pensamiento conduce a resultados totalmente indeseables. El pensamiento no
puede comprender los matices del sentimiento. Veremos esto claramente si imaginamos a un
hombre razonando sobre las emociones de otro. Como él mismo no experimenta nada, lo que
experimenta el otro no existe para él. Un hombre saciado no comprende a un hambriento.
Pero para éste, su hambre es muy real; y las decisiones del primero, o sea del pensamiento, no
pueden en ningún caso satisfacerlo.
"En la misma forma, el pensamiento no puede apreciar las sensaciones. Para él son cosas
muertas. Tampoco es capaz de controlar el movimiento. Es de lo más fácil encontrar ejemplos
de esta clase. Cualquiera que sea el trabajo que un hombre está haciendo, bastará que trate de
hacer deliberadamente cada uno de sus gestos con su mente, siguiendo cada movimiento, y
verá que cambiará inmediatamente la calidad de su trabajo. Si está escribiendo a máquina, sus
dedos gobernados por su centro motor encuentran por sí mismos las letras necesarias; pero si
antes de cada letra trata de preguntarse a sí mismo: «¿Dónde está la C?» «¿Dónde está la
coma?» «¿Cómo se deletrea esta palabra?» — en seguida comienza a cometer errores o a
escribir muy despacio. Si un hombre conduce un automóvil con su centro intelectual, por
cierto no tendrá interés en pasar de la primera velocidad. El pensamiento no puede seguir el
ritmo de todos los movimientos necesarios a una marcha rápida. Es absolutamente imposible para un hombre ordinario conducir rápido con su centro intelectual especialmente en las calles
de una gran ciudad.
"Cuando el centro motor hace el trabajo del centro intelectual, da como resultado la lectura
mecánica o la audición mecánica, aquella de un lector o de un oyente que no percibe sino
palabras y se queda totalmente inconsciente de lo que lee o escucha. Esto sucede
generalmente cuando la atención, es decir la dirección de la actividad del centro intelectual,
está ocupada en alguna otra cosa, y cuando el centro motor trata de suplantar al ausente centro
intelectual. Esto se convierte muy fácilmente en un hábito porque generalmente el centro
intelectual está distraído, no por un trabajo útil, pensamiento o meditación, sino simplemente
por el ensueño o la imaginación.
"La imaginación es una de las principales causas del trabajo equivocado de los centros. Cada
centro tiene su propia forma de imaginación y de ensueño, pero por lo general el centro motor
y el centro emocional se sirven ambos del centro intelectual, siempre listo éste a cederles su
lugar y a ponerse a su disposición para este fin, porque el ensueño corresponde a sus propias
inclinaciones.
"qué dependen." 

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