Ausencia de individualidad y de voluntad en el hombre.

Lo que significa la evolución del hombre.

En noviembre de 1915, yo había captado ya algunos de los puntos fundamentales de la
enseñanza psicológica de G.
El primero, sobre el cual insistía más, era la ausencia de unidad en el hombre.
—El peor error, decía el, es el de creer en la unidad permanente del hombre. Pero el hombre
nunca es uno; cambia continuamente. Raras veces permanece el mismo hombre, aun por
media hora. Pensamos que un hombre llamado Iván es siempre Iván. De ningún modo. Ahora
es Iván, un minuto más tarde es Pedro y más tarde aún, Nicolás, Sergio, Mateo o Simón. Pero
todos ustedes piensan que él es Iván. Ustedes saben que Iván no puede cometer ciertos actos.
Por ejemplo, no puede mentir. Luego ustedes descubren que Iván ha mentido, y se sorprenden
completamente de que él, Iván, haya podido cometer un acto parecido. Es verdad, Iván no
puede mentir —es Nicolás el que ha mentido. Y en cada ocasión Nicolás volverá a mentir,
porque Nicolás no puede dejar de mentir. Se sorprenderán al darse cuenta de la multitud de
estos Ivanes y de estos Nicolases que viven en un solo hombre. Si ustedes aprenden a
observarlos, ya no necesitarán ir al cine.
—¿No se relaciona esto con la conciencia de las diferentes partes y órganos del cuerpo?
pregunté. Creo comprender lo que usted ha dicho, porque a menudo he sentido la realidad de
estas conciencias. Yo sé que no solamente cada órgano, sino nada parte del cuerpo que tiene
una función distinta, tiene una conciencia distinta. La mano derecha tiene una conciencia, la
mano izquierda otra. ¿Es esto lo que quiere usted decir?
—No del todo, dijo G. Estas conciencias existen también, pero son relativamente inofensivas.
Cada una de ellas conoce su sitio y sabe lo que tiene que hacer. Las manos saben que deben
trabajar y los pies que deben andar. Pero esos Ivanes, Pedros y Nicolases son todos diferentes:
todos ellos se llaman a sí mismos «Yo». Se consideran todos como el Amo y ninguno de ellos
quiere reconocer a otro. Cada uno de ellos es Califa por una hora, hace todo lo que quiere sin
tener en cuenta a nadie; más tarde los otros tendrán que pagar. No reina ningún orden entre
ellos. El que toma el mando es el amo. Distribuye latigazos por todos lados y no tiene
consideración de nada. Pero un momento después, cuando otro toma el látigo, le toca a él ser
fustigado. Y así andan las cosas toda la vida. Imagínense un país en el que cada uno pueda ser
rey por cinco minutos y durante esos cinco minutos hacer de todo el reino exactamente lo que
le venga en gana. He aquí nuestra vida."
G. volvió otra vez a la idea de los diferentes cuerpos del hombre.
—Que el hombre pueda tener varios cuerpos, dijo, debe comprenderse como una idea, como
un principio. Pero esto no se aplica a nosotros. Nosotros sabemos que tenemos un cuerpo
físico y no sabemos nada más. Es el cuerpo físico el que debemos estudiar. Sólo debemos
recordar que el asunto no se limita al cuerpo físico y que ciertos hombres pueden tener dos,
tres, o más cuerpos. Pero para nosotros, personalmente, ¿qué cambia con esto? En América,
Rockefeller puede tener muchos millones. Pero ¿me ayudarán estos millones, si no tengo con
qué comer? Es exactamente lo mismo. Piense entonces cada uno en sí mismo; es ridículo e
insensato apoyarse en los demás o consolarse con pensar en riquezas que no poseemos.
—¿Cómo puede uno saber si un hombre posee un cuerpo astral? pregunté.
—Hay maneras muy precisas de reconocerlo. En algunos casos el cuerpo astral puede ser
visto; puede ser separado y hasta fotografiado al lado del cuerpo físico. Pero es más fácil
establecer la existencia del cuerpo astral considerando simplemente sus funciones. El cuerpo
astral tiene funciones bien definidas que el cuerpo físico no puede tener. La presencia de estas
funciones indica la presencia del cuerpo astral. La ausencia de estas funciones prueba la
ausencia del cuerpo astral. Pero todavía es prematuro hablar sobre esto. Toda nuestra atención
debe dirigirse al estudio del cuerpo físico. Es indispensable comprender la estructura de la
máquina humana. Nuestro error principal es el creer que tenemos un solo cerebro. Llamamos
a las funciones de ese cerebro lo consciente; todo lo que no entra en él lo llamamos lo
inconsciente o lo subconsciente.
"En esto reside nuestro principal error. Hablaremos más tarde de lo consciente y de lo
inconsciente. En este momento, quiero explicarles que la actividad de la máquina humana, es
decir la del cuerpo físico, está regida no por uno sino por varios cerebros, enteramente
independientes entre sí, con funciones distintas y distintos dominios de manifestación. Es esto
lo que debe ser comprendido ante todo, porque todo lo que podamos considerar más tarde
dependerá de esto."
G. explicó entonces las diferentes funciones del hombre, y los centros que las rigen, de la
misma manera en que se explica en las "Conferencias Psicológicas".4
Estas explicaciones y todas las conversaciones relacionadas a ellas tomaron un tiempo
bastante largo, porque regresábamos casi siempre a las ideas fundamentales sobre la
"mecanicidad" del hombre, su ausencia de unidad, su imposibilidad de escoger, su
incapacidad de hacer, y así sucesivamente. Naturalmente es imposible reconstruir todas estas
conversaciones exactamente como se desarrollaron. Por esta razón he repartido todo el
material psicológico y todo el material cosmológico en dos series de "Conferencias".
A propósito, debo hacer notar que no se nos dieron las ideas bajo la forma en que están
expuestas en mis "Conferencias". G. revelaba las ideas poco a poco, como si las defendiera de
nosotros. Cada vez que tocaba nuevos temas, no bosquejaba sino las líneas generales,
reservando a menudo lo más esencial. Algunas veces él mismo indicaba lo que podía parecer
contradictorio en las ideas que había expuesto; la razón de esto era que siempre había retenido
ciertos puntos. La próxima vez, al retomar el mismo tema, en lo posible bajo un ángulo
diferente, lo ampliaba más, y la tercera vez aún más. Por ejemplo, cuando se trató de las
funciones y de los centros, la primera vez no habló sino de tres centros: intelectual,
emocional, motor; primeramente trató de enseñarnos a distinguir las funciones, a encontrar
ejemplos y así sucesivamente. Solamente después de esto agregó el centro instintivo, del que
habló como de una máquina independiente, que se bastaba a si misma; luego del centro
sexual. Recuerdo que algunas de sus observaciones me llamaron la atención. Por ejemplo,
hablando del centro sexual, dijo que éste casi nunca trabajaba de una manera autónoma,
porque siempre estaba bajo la dependencia de otros centros: el intelectual, el emocional, el
instintivo y el motor.
En cuanto a la energía de los centros, regresaba a menudo a lo que el llamaba el mal trabajo
de los centros, y el papel del centro sexual en este trabajo. Hablaba mucho de la manera en
que todos los centros le roban energía al centro sexual. produciendo con esta energía un
trabajo completamente equivocado, lleno de excitaciones inútiles y devolviendo al centro
sexual una energía inutilizable, con la cual éste es incapaz de trabajar. Me acuerdo de sus
palabras:
—Es una gran cosa cuando el centro sexual trabaja con su energía propia, pero esto no sucede
sino muy raras veces."
4 Obra de P. D. Ouspensky publicada en castellano, por la editorial Hachette, bajo el titulo: Psicología de la
Posible Evolución del Hombre.
Recuerdo también una observación que más tarde me permitió tocar la causa de un gran
número de razonamientos falsos y de conclusiones erróneas. Él decía que los tres centros del
piso inferior, los centros instintivo, motor y sexual, trabajan a la manera de tres fuerzas, uno
con relación a otro —y que el centro sexual, en los casos normales, desempeña el papel de
fuerza neutralizante con relación al centro instintivo y motor, que actúan como fuerzas activa
y pasiva.
El método de exposición del cual hablo, y las reservas de G. en sus primeras explicaciones,
dieron lugar a múltiples malentendidos, sobre todo en los grupos que siguieron después y con
los cuales yo no trabajé.
Numerosas personas encontraron contradicciones entre la primera exposición de una idea
dada y las explicaciones que siguieron, y algunas veces, al tratar de ceñirse lo más
estrictamente posible a la primera explicación, elaboraban teorías fantásticas que no tenían la
menor relación con lo que G. había dicho. Por ramo la idea de tres centros fue retenida por
ciertos grupos, con los cuales, repito, yo no tenía relación alguna. Y esta idea se conectaba, de
cierta manera, a la de las tres fuerzas, si bien éstas no tenían nada de común entre ellas, ante
todo porque no hay tres centros en el hombre ordinario, sino cinco.
Esta unión de dos conceptos, de orden enteramente diferente.
situados sobre una escala distinta y de un significado completamente diferente, falseaba
radicalmente todo el sistema para los que pensaban de esta manera.
Esta idea —de que los tres centros (intelectual, emocional y motor) son la expresión de las
tres fuerzas— surgió, quizás, de aquellas palabras de G., mal comprendidas y mal repetidas,
sobre la naturaleza de la relación entre los tres centros del piso inferior.
Desde las primeras conversaciones sobre los centros, G. añadió algo nuevo en casi todas las
reuniones. Como lo dije al comienzo, él había hablado en un principio de tres centros, luego
de cuatro, de cinco y finalmente de siete centros.
Casi no se trató de las subdivisiones de los centros. G. decía que los centros estaban
subdivididos en una parte positiva y una parte negativa, pero no indicó que esta división no
era idéntica para todos los centros. Decía que cada centro estaba dividido en tres partes, en
tres pisos, que a su vez se encuentran divididos en tres partes; pero no dio ejemplos de esto, y
no hizo resaltar que el estudio de la atención hace posible distinguir el trabajo de las
diferentes partes de los centros. Todo esto sería establecido más tarde, así como tantas otras
cosas. Por ejemplo, si bien había dado incontestablemente los principios fundamentales para
él estudio de las emociones negativas, de su papel y de su significado, tanto como los métodos
de lucha contra ellas —métodos que se referían a la no-identificación, a la no-consideración, y
a la no-expresión de estas emociones— no desarrolló, sin embargo, estas teorías, ni explicó
que las emociones negativas son enteramente superfluas y que no existe para ellas centro
normal alguno.
Me esforzaré en reconstruir todo lo que se dijo en el grupo de San Petersburgo y en los grupos
posteriores, exactamente como lo recuerdo, y tratando de no volver sobre lo ya dicho en las
"Conferencias Psicológicas". Sin embargo, es imposible en algunos casos evitar las
repeticiones y además, la exposición fiel de las ideas' de la enseñanza de G. tal como él las
dio, ofrece, a mi parecer, un gran interés.
Alguien preguntó durante una reunión: "¿Cómo debe comprenderse la evolución?"
—La evolución del hombre, respondió G., se puede comprender como el desarrollo en él de
aquellas facultades y poderes que jamás se desarrollan de por sí, es decir, mecánicamente.
Sólo este tipo de desarrollo o de crecimiento marca la evolución real del hombre. No hay, y
no puede haber, ninguna otra clase de evolución.
"Consideremos al hombre en el grado actual de su desarrollo. La naturaleza lo ha hecho tal
cual es y tomado colectivamente, hasta donde podemos ver, así permanecerá. Los cambios
que podrían ir en contra de las exigencias generales de la naturaleza sólo se pueden producir
en unidades separadas.
"Para comprender la ley de la evolución del hombre, es indispensable captar que esta
evolución, más allá de cierto grado, no es en absoluto necesaria, es decir: de ningún modo
necesaria para el desarrollo propio de la naturaleza en un momento dado. En términos más
precisos, la evolución de la humanidad corresponde a la evolución de los planetas; pero el
proceso evolutivo de los planetas, para nosotros, se desarrolla a través de ciclos de tiempo
infinitamente largos. En el espacio de tiempo que el pensar humano puede abarcar, no puede
tener lugar ningún cambio esencial en la vida de los planetas, y por consiguiente no puede
tener lugar ningún cambio esencial en la vida
de la humanidad.
"La humanidad no progresa, ni evoluciona. Lo que nos parece ser progreso o evolución es una
modificación parcial que puede ser inmediatamente contrabalanceada por una modificación
correspondiente en la dirección opuesta.
"La humanidad, así como el resto de la vida orgánica, existe sobre la tierra para los fines
propios de la tierra. Y es exactamente lo que debe ser para responder a las necesidades
actuales de la tierra.
"Sólo un pensamiento tan teórico y tan alejado de los hechos como el pensamiento europeo
moderno, podría concebir la posibilidad de la evolución del hombre independientemente de la
naturaleza circundante, o considerar la evolución del hombre como una gradual conquista de
la naturaleza. Esto es completamente imposible. Ya sea que viva, muera, evolucione o
degenere, igualmente el hombre sirve a los fines de la naturaleza, o más bien, la naturaleza se
sirve igualmente —aunque quizá por motivos diferentes— de los resultados tanto de la
evolución como de la degeneración. La humanidad considerada como un todo jamás puede
escapar a la naturaleza, ya que aun en su lucha contra ella, el hombre actúa de conformidad
con los fines de la misma. La evolución de grandes masas humanas está en oposición a los
fines de la naturaleza. La evolución de un pequeño porcentaje de hombres puede estar de
acuerdo con estos fines. El hombre contiene en sí mismo la posibilidad de su evolución. Pero
la evolución de la humanidad en su conjunto, es decir, el desarrollo de esta posibilidad en
todos los hombres, o en la mayoría de ellos, o aun en un gran número, no es necesaria a los
designios de la tierra o del mundo planetario en general, y de hecho, esto podría serle
perjudicial o aun fatal. Hay, por consiguiente, fuerzas especiales (de carácter planetario) que
se oponen a la evolución de las grandes masas humanas y que las mantienen al nivel en que
deben quedar.
"Por ejemplo, la evolución de la humanidad más allá de cierto grado, o más exactamente, más
allá de cierto porcentaje, sería fatal para la luna. Actualmente la luna se nutre de la vida
orgánica, se nutre de la humanidad. La humanidad es una parte de la vida orgánica; esto
significa que la humanidad es un alimento para la luna. Si todos los hombres llegaran a ser
demasiados inteligentes, ya no querrían ser comidos por la luna.
"Pero las posibilidades de evolución existen y se pueden desarrollar en individuos aislados,
con la ayuda de los conocimientos y de los métodos apropiados. Tal desarrollo puede
efectuarse sólo en interés del hombre, en oposición a las fuerzas y, se podría decir, a los
intereses del mundo planetario. Un hombre tiene que comprender esto: que su evolución no
interesa sino a él. A ningún otro le interesa. Y no debe contar con la ayuda de nadie. Porque
nadie está obligado a ayudarle, y nadie tiene la intención de hacerlo. Por el contrario, las
fuerzas que se oponen a la evolución de las grandes masas humanas también se oponen a la
evolución de cada hombre. Toca a cada uno el chasquearlas. Mas si un hombre puede
chasquearlas, la humanidad no puede hacerlo. Ustedes comprenderán más tarde que todos
estos obstáculos son muy útiles; si no existieran, sería necesario crearlos intencionalmente,
porque sólo al vencer los obstáculos un hombre puede desarrollar en sí mismo las cualidades
que necesita.
"Tales son las bases de un concepto correcto de la evolución del hombre. No hay evolución
obligatoria, mecánica. La evolución es el resultado de una lucha consciente. La naturaleza no
necesita esta evolución; no la quiere y la combate. 




La evolución no puede ser necesaria sino al
hombre mismo, al darse cuenta de su situación y de la posibilidad de cambiarla, cuando se da
cuenta de que tiene poderes que nunca emplea, y riquezas que no ve. Y es en el sentido de
lograr la posesión de estos poderes y de estas riquezas que la evolución es posible. Pero si
todos los hombres, o la mayoría de ellos, comprendieran esto y desearan obtener lo que les
pertenece por derecho de nacimiento, la evolución llegaría a ser otra vez imposible. Lo que es
posible para cada hombre es imposible para las masas.
"El individuo tiene el privilegio de ser muy pequeño, y por lo tanto de no contar en la
economía general de la naturaleza, donde no cambia nada el que haya un hombre mecánico de
más o de menos. Podemos darnos una idea de la correlación de magnitudes comparándola a la
que existe entre una célula microscópica y nuestro cuerpo entero. La presencia o la ausencia
de una célula no cambia nada en la vida del cuerpo. No podemos ser conscientes de ello, y
esto no puede tener influencia sobre la vida y las funciones del organismo. Exactamente de la
misma manera, un individuo como tal es demasiado pequeño para influir en la vida del
organismo cósmico, con el cual está en la misma relación (en lo que se refiere al tamaño) que
la de una célula con todo nuestro organismo. He aquí precisamente lo que le puede permitir
«evolucionar», he aquí en qué se basan sus «posibilidades».
"En cuanto a la evolución, es indispensable convencerse bien, desde el principio mismo, que
nunca existe evolución mecánica. La evolución del hombre es la evolución de su conciencia.
Y la «conciencia» no puede evolucionar inconscientemente. La evolución del hombre es la
evolución de su voluntad, y la «voluntad» no puede evolucionar involuntariamente. La evolución
del hombre es la evolución de su poder de «hacer», y el «hacer» no puede ser el
resultado de lo que «sucede».
"La gente no sabe lo que es el hombre. Ella tiene que tratar con una máquina muy
complicada, mucho más complicada que una locomotora, un auto o un avión — pero no saben
nada, o casi nada, de la estructura, de la marcha, ni de las posibilidades de esta máquina; ni
siquiera comprenden sus mas simples funciones, porque no conocen la finalidad de estas
funciones. Imaginan vagamente que un hombre tendría que aprender a manejar su máquina
como tiene que aprender a manejar una locomotora, un auto o un avión, y que una maniobra
incompetente de la máquina humana es tan peligrosa como una maniobra incompetente de
cualquier otra máquina. Todo el mundo se da cuenta si se trata de un avión, de un auto o de
una locomotora. Pero muy raras veces uno lo toma en consideración cuando se trata del
hombre en general, o de sí mismo en particular. Uno cree que es justo y legítimo pensar que la
naturaleza le ha dado al hombre el conocimiento necesario de su propia máquina; no obstante,
la gente estará de acuerdo en que un conocimiento instintivo de esta máquina está lejos de ser
suficiente. ¿Por qué estudian ellos la medicina y recurren a sus servicios? Evidentemente
porque se dan cuenta que no conocen sus propias máquinas. Pero no sospechan que podrían
conocerlas mucho mejor de lo que la ciencia las conoce y que entonces podrían obtener de
ellas un trabajo completamente distinto."
Muy a menudo, casi en cada conversación, G. volvía sobre la ausencia de unidad en el
hombre.




—Uno de los errores más graves del hombre, dijo, que debe serle recordado constantemente,
es su ilusión con respecto a su «Yo».
"El hombre tal como lo conocemos, el hombre máquina, el hombre que no puede «hacer», el
hombre con quien y a través de quien «todo sucede», no puede tener un «Yo» permanente y
único. Su «Yo» cambia tan rápidamente como sus pensamientos, sus sentimientos, sus
humores, y comete él un error profundo cuando se considera siempre una sola y misma
persona; en realidad, siempre es una persona diferente, nunca es el que era un momento antes.
"El hombre no tiene un «Yo» permanente e inmutable. Cada pensamiento, cada humor, cada
deseo, cada sensación dice «Yo». Y rada vez, parece tenerse por seguro que este «yo»
pertenece al Todo del hombre, al hombre entero, y que un pensamiento, un deseo, una
aversión, son la expresión de este Todo. En efecto, no hay prueba alguna en apoyo de esta
afirmación. Cada pensamiento del hombre, cada uno de sus deseos se manifiesta y vive de una
manera independiente y separada de su Todo. Y el Todo del hombre no se expresa jamás, por
la simple razón de que no existe como tal, salvo físicamente como una cosa, y abstractamente
como un concepto. El hombre no tiene un «Yo» individual. En su lugar, hay centenares y
millares de pequeños «yoes» separados, que la mayoría de las veces se ignoran, no mantienen
ninguna relación, o por el contrario, son hostiles unos a otros, exclusivos e incompatibles. A
cada minuto, a cada momento, el hombre dice o piensa «Yo». Y cada vez su «yo» es
diferente. Hace un momento era un pensamiento, ahora es un deseo, luego una sensación,
después otro pensamiento, y así sucesivamente, sin fin. El hombre es una pluralidad. Su
nombre es legión.
"El alternarse de los «yoes», sus luchas por la supremacía, visibles a cada instante, son
comandadas por las influencias exteriores accidentales. El calor, el sol, el buen tiempo, llaman
inmediatamente a todo un grupo de «yoes». El trío, la neblina, la lluvia llaman a otro grupo de
«yoes», a otras asociaciones, a otros sentimientos, a otras acciones. No hay nada dentro del
hombre que sea capaz de controlar los cambios de los «yoes», principalmente porque el
hombre no los nota, o no tiene ninguna idea de ellos; vive siempre en su último «yo».
Algunos, naturalmente, son más fuertes que otros; pero no por su propia fuerza consciente.
Han sido creados por la fuerza de los accidentes, o por excitaciones mecánicas externas. La
educación, la imitación, la lectura, el hipnotismo de la religión, de las castas y de las
tradiciones, o la seducción de los últimos «slogans», dan nacimiento, en la personalidad de un
hombre, a «yoes» muy fuertes que dominan series enteras de otros «yoes» más débiles. Pero
su fuerza no es sino la de los rollos5 en los centros. Y todos esos «yoes» que constituyen la
personalidad del hombre tienen el mismo origen que las inscripciones de los rollos: éstas y
aquéllos son los resultados de influencias exteriores y ambos son puestos en movimiento y
dirigidos por las últimas influencias en llegar.
"El hombre no tiene individualidad. No tiene un gran «Yo» único. El hombre está dividido en
una multitud de pequeños «yoes». "Pero cada uno de ellos es capaz de llamarse a sí mismo
con el nombre del Todo, de actuar en el nombre del Todo, de hacer promesas, de tomar
decisiones, de estar de acuerdo o de no estar de acuerdo con lo que otro «yo», o el Todo,
tendría que hacer. Esto explica por qué la gente toma decisiones tan a menudo y tan raramente
las cumple. Un hombre decide levantarse temprano, comenzando a partir del día siguiente. Un
«yo», o un grupo de «yoes» toma esta decisión. Pero levantarse es problema de otro «yo» que
no está de acuerdo en absoluto, y que quizás ni siquiera ha sido puesto al corriente.
Naturalmente, a la mañana siguiente el hombre seguirá durmiendo, y por la noche decidirá
nuevamente levantarse temprano. Esto puede traer consecuencias muy desagradables. Un
pequeño «yo» accidental puede hacer una promesa, no a sí mismo, sino a alguna otra persona
en un momento dado, simplemente por vanidad, o para divertirse. Luego desaparece. Pero el
hombre, es decir el conjunto de los otros «yoes» que son completamente inocentes, tendrá que
pagar quizás por toda su vida esta gracia. La tragedia del ser humano es que cualquier
pequeño «yo» tiene el poder de firmar contratos, y que luego sea el hombre, es decir el Todo,
quien deba enfrentarlos. Así pasan vidas enteras, cancelando deudas contraídas por pequeños
«yoes» accidentales.
"Las enseñanzas orientales están llenas de alegorías que intentan describir, desde este punto
5 Los rollos están descritos en las Conferencias Psicológicas como los aparatos registradores de cada centro
sobre los cuales se graban las impresiones. El conjunto de inscripciones de estos rollos análogos a rollos (o
discos) fonográficos, constituye el material de asociaciones del hombre.
de vista, la naturaleza del ser humano.
"Según una de ellas, el hombre es comparado a una casa, sin Amo ni mayordomo, ocupada
por una multitud de sirvientes. Éstos han olvidado completamente sus deberes; nadie quiere
cumplir su tarea; cada uno se esfuerza en ser el amo, aunque fuere un momento, y en esta
especie de anarquía la casa está amenazada por los más graves peligros. La única posibilidad
de salvación está en que un grupo de sirvientes más sensatos se reúna y elija un mayordomo
temporal, es decir, un mayordomo suplente. Este mayordomo suplente puede entonces poner
en su sitio a los otros sirvientes, y obligar a cada uno de ellos a realizar su trabajo: la cocinera
a la cocina, el cochero al establo, el jardinero al jardín, y así sucesivamente. De esta manera,
la «casa» puede estar lista para la llegada del verdadero mayordomo, el cual a su vez
preparará la llegada del verdadero Amo.
"La comparación del hombre con una casa en espera de su amo es frecuente en las enseñanzas
del Oriente que han conservado las huellas del conocimiento antiguo, y como ustedes lo
saben, esta idea aparece también bajo formas variadas en numerosas parábolas de los
Evangelios.



"Pero aunque el hombre comprendiera sus posibilidades de la manera más clara, esto no lo
acercaría ni un paso hacia su realización. Para estar en condición de realizar estas
posibilidades, debe tener un ardiente deseo de liberación, debe estar listo a sacrificar todo, a
arriesgar todo por su liberación."
Hay otras dos conversaciones interesantes que se relacionan con este período. Yo había
mostrado a G. una fotografía que había tomado en Benarés de un "faquir sobre una cama de
puntas de hierro".
Este faquir no era simplemente un malabarista hábil como los que había visto en Ceilán,
aunque era indudablemente un "profesional". Me habían dicho que en el patio de la Mezquita
Aurangzeb, en la margen del Ganges, había un faquir acostado sobre un lecho de puntas de
hierro. Esto producía una impresión muy misteriosa y terrorífica. Pero cuando llegué allí, no
estaba sino la cama sola, sin el faquir. El faquir, me dijeron, se había ido a buscar la vaca.
Pero cuando fui por segunda vez, el faquir se encontraba allí. No estaba sobre el lecho, y
según pude comprender, no se acostaba sino a la llegada de espectadores. Por una rupia me
mostró todo su arte.
Se acostaba realmente, casi desnudo, sobre la cama erizada de largos clavos de hierro bastante
agudos. Y si bien se cuidaba evidentemente de no hacer ningún movimiento brusco, se movía
de un lado a otro sobre los clavos, apoyándose con todo su peso sobre ellos, de espaldas, de
costado o sobre el estómago. Sin embargo, era visible que no lo punzaban ni lo rasguñaban.
Tomé dos fotografías del personaje, pero no pude explicarme el significado del fenómeno.
Aquel faquir no daba la impresión de ser un hombre inteligente ni religioso, su rostro tenía
una expresión torpe, aburrida e indiferente; nada en él hablaba de aspiraciones hacia el
sacrificio o el sufrimiento.
Le conté todo esto a G. al mostrarle la fotografía, y le pregunté qué pensaba.
—Es difícil explicarlo en dos palabras, respondió G. En primer lugar, evidentemente el
hombre no es un «faquir» en el sentido en que yo he empleado esta palabra. Sin embargo,
tiene usted razón al pensar que no se trata solamente de un truco. Pero él mismo no sabe cómo
lo hace. Si usted le hubiera untado la mano, quizás habría logrado que le contara lo que él
sabía; entonces, sin duda le habría informado que conocía cierta palabra que tenía que decirse
a sí mismo, después de lo cual podía acostarse sobre los clavos. Quizás hasta hubiera
consentido en decirle esta palabra. Pero esto no le hubiera servido a usted de nada, porque
dicha palabra hubiera sido perfectamente ordinaria; sobre usted, no habría tenido el menor
efecto. Aquel hombre provenía de una escuela, pero en ésta no era un alumno, era un
experimento. Se servían de él para experimentar. Ciertamente, había sido hipnotizado muchas
veces, y bajo la hipnosis su piel se había vuelto insensible a las puntas y capaz de resistirlas.
Además, esto es posible en pequeño, aun para los hipnotizadores europeos ordinarios. Luego,
la insensibilidad y la impenetrabilidad de la piel se hicieron permanentes en el por medio de
una sugestión posthipnótica. ¿Sabe usted lo que es la sugestión posthipnótica? Se duerme a un
hombre, y mientras duerme, se le dice que cinco horas después de despertar, deberá ejecutar
cierta acción o pronunciar cierta palabra, y que en ese mismo momento, sentirá sed, o se
creerá muerto o algo por el estilo.
"Después de lo cual, se le despierta. A la hora indicada, siente un deseo irresistible de hacer lo
que le fue sugerido; o bien, al acordarse de la palabra que le fue dicha, la pronuncia, y cae
inmediatamente en trance. Esta es exactamente la historia de su faquir. Se le ha acostumbrado
bajo hipnosis a recostarse sobre los clavos; luego se le ha dicho que cada vez que pronuncie
cierta palabra será capaz de hacerlo de nuevo. Esta palabra lo hace caer en un estado de
hipnosis. Sin duda es por esto por lo que tiene la mirada tan adormecida, tan apática. Esto
sucede a menudo en tales casos. Puede ser que hayan trabajado sobre él durante largos años,
después de lo cual simplemente lo han dejado ir para que viva como pueda. Por consiguiente,
él ha instalado esta cama de puntas, y sin duda de esta manera gana algunas rupias por
semana. Tales hombres son numerosos en la India. Las escuelas los toman para sus
experimentos. Generalmente, cuando aún son niños, los compran a sus padres, que con esto
obtienen una ganancia. Pero es evidente que el hombre no comprende nada de lo que hace ni
de la manera como lo hace."
Esta explicación me interesó mucho, porque nunca había oído ni leído nada semejante.
En todas las tentativas de explicación que había encontrado sobre "los milagros de los
faquires", o bien se "explicaban" éstos como malabarismos, o se pretendía que el ejecutante
sabía muy bien lo que hacía, y que si no revelaba su secreto era porque no quería o porque
tenía temor de hacerlo. En este caso el punto de vista era por completo diferente. La
explicación de G. me parecía no solamente probable sino, me atrevo a decir, la única posible.
El faquir mismo no sabía cómo hacía su "milagro" y naturalmente no hubiese podido
explicarlo.
Hablamos en otra ocasión del Budismo de Ceilán. Yo expresé la opinión de que los Budistas
deben tener una magia, cuya existencia no reconocen ellos mismos, y cuya posibilidad misma
es negada por el Budismo oficial. Sin relación alguna con esta observación, y, si tengo buena
memoria, mientras le mostraba mis fotografías a G-, le hablé de un pequeño relicario que
había visto en casa de un amigo en Colombo, en el cual había, como de costumbre, una
estatua de Buda, y al pie de este Buda una pequeña dagoba de marfil en forma de campana, es
decir, una réplica cincelada de una verdadera dagoba, con el interior hueco. Mis anfitriones la
abrieron en mi presencia y me mostraron algo que se consideraba como reliquia — una
pequeña bola redonda del tamaño de una bala para fusil grande, cincelada en una especie de
marfil o de nácar, según me pareció. G. me escuchaba atentamente.
—¿No le explicaron el significado de esta bola? me preguntó.
—Me dijeron que era un fragmento de hueso de uno de los discípulos de Buda; una
antiquísima reliquia sagrada.
—Sí y no, dijo G. El hombre que le mostró el fragmento de hueso, como usted dice, no sabia
nada o no quería decirle nada. Porque no era un fragmento de hueso, sino una formación ósea
particular que aparece alrededor del cuello como una especie de collar como consecuencia de
ciertos ejercicios especiales. ¿Ha oído usted esta expresión: «el collar de Buda»?
—Sí, le dije, pero el sentido es completamente diferente; es a la cadena de las reencarnaciones
de Buda a lo que se le llama «el collar de Buda».
—Exacto, éste es uno de los sentidos de la expresión, dijo G., pero yo hablo de otro. Este
collar de hueso que circunda el cuello bajo la piel está directamente ligado a lo que se llama
«cuerpo astral». El «cuerpo astral» está en cierta forma ligado a él, o para ser más preciso,
este collar liga el cuerpo físico al cuerpo astral. Ahora, si el cuerpo astral continúa viviendo
después de la muerte del cuerpo físico, la persona que posee un hueso de este collar podrá
siempre comunicarse con el cuerpo astral del muerto. Esta es su magia. Pero nunca hablan
abiertamente de ello. Tiene usted razón al decir que poseen una magia, y éste es un ejemplo
de ella. Esto no significa que el hueso que usted vio fuese verdadero. Usted encontrará huesos
semejantes en casi todas las casas; yo le hablo solamente de la creencia en la cual está basada
esta costumbre."
Una vez más tuve que admitir que jamás había encontrado una explicación de este tipo.
G. esbozó para mí un diseño mostrando la posición de estos pequeños huesos bajo la piel;
formaban en la base de la nuca un semicírculo que comenzaba un poco adelante de las orejas.
Este esbozo me hizo recordar inmediatamente el esquema corriente de los ganglios linfáticos
del cuello, tal como pueden verse en las láminas anatómicas. Pero acerca de esto no pude
aprender nada más.



Comentarios

Entradas populares