"El hombre no tiene un «Yo» permanente e inmutable.

Cada pensamiento, cada humor, cada deseo, cada sensación dice «Yo». Y rara vez, parece tenerse por seguro que este «yo»
Julio Lira ch
 Uno de los errores más graves del hombre, dijo, que debe serle recordado constantemente, es su ilusión con respecto a su «Yo».
"El hombre tal como lo conocemos, el hombre máquina, el hombre que no puede «hacer», el hombre con quien y a través de quien «todo sucede», no puede tener un «Yo» permanente y
único. Su «Yo» cambia tan rápidamente como su pensamientos, sus sentimientos, sus humores, y comete él un error profundo cuando se considera siempre una sola y misma persona; en realidad, siempre es una persona diferente, nunca es el que era un momento antes.
"El hombre no tiene un «Yo» permanente e inmutable. Cada pensamiento, cada humor, cada deseo, cada sensación dice «Yo». Y rada vez, parece tenerse por seguro que este «yo»
pertenece al Todo del hombre, al hombre entero, y que un pensamiento, un deseo, una aversión, son la expresión de este Todo. En efecto, no hay prueba alguna en apoyo de esta
afirmación. 
Cada pensamiento del hombre, cada uno de sus deseos se manifiesta y vive de una manera independiente y separada de su Todo. Y el Todo del hombre no se expresa jamás, por la simple razón de que no existe como tal, salvo físicamente como una cosa, y abstracta mente como un concepto. 



El hombre no tiene un «Yo» individual. En su lugar, hay centenares y millares de pequeños «yoes» separados, que la mayoría de las veces se ignoran, no mantienen ninguna relación, o por el contrario, son hostiles unos a otros, exclusivos e incompatibles. A cada minuto, a cada momento, el hombre dice o piensa «Yo». Y cada vez su «yo» es diferente. Hace un momento era un pensamiento, ahora es un deseo, luego una sensación, después otro pensamiento, y así sucesivamente, sin fin. El hombre es una pluralidad. Su nombre es legión.
"El alternarse de los «yoes», sus luchas por la supremacía, visibles a cada instante, son comandadas por las influencias exteriores accidentales. El calor, el sol, el buen tiempo, llaman
inmediatamente a todo un grupo de «yoes». El trío, la neblina, la lluvia llaman a otro grupo de «yoes», a otras asociaciones, a otros sentimientos, a otras acciones. No hay nada dentro del
hombre que sea capaz de controlar los cambios de los «yoes», principalmente porque el hombre no los nota, o no tiene ninguna idea de ellos; vive siempre en su último «yo».
Algunos, naturalmente, son más fuertes que otros; pero no por su propia fuerza consciente.
Han sido creados por la fuerza de los accidentes, o por excitaciones mecánicas externas. La educación, la imitación, la lectura, el hipnotismo de la religión, de las castas y de las
tradiciones, o la seducción de los últimos «slogans», dan nacimiento, en la personalidad de un hombre, a «yoes» muy fuertes que dominan series enteras de otros «yoes» más débiles. Pero su fuerza no es sino la de los rollos  en los centros. Y todos esos «yoes» que constituyen la personalidad del hombre tienen el mismo origen que las inscripciones de los rollos: éstas y aquéllos son los resultados de influencias exteriores y ambos son puestos en movimiento y dirigidos por las últimas influencias en llegar.
"El hombre no tiene individualidad. No tiene un gran «Yo» único. El hombre está dividido en una multitud de pequeños «yoes». "Pero cada uno de ellos es capaz de llamarse a sí mismo
con el nombre del Todo, de actuar en el nombre del Todo, de hacer promesas, de tomar decisiones, de estar de acuerdo o de no estar de acuerdo con lo que otro «yo», o el Todo, tendría que hacer. Esto explica por qué la gente toma decisiones tan a menudo y tan raramente las cumple. Un hombre decide levantarse temprano, comenzando a partir del día siguiente. Un
«yo», o un grupo de «yoes» toma esta decisión. Pero levantarse es problema de otro «yo» que no está de acuerdo en absoluto, y que quizás ni siquiera ha sido puesto al corriente.
Naturalmente, a la mañana siguiente el hombre seguirá durmiendo, y por la noche decidirá nuevamente levantarse temprano. 
Esto puede traer consecuencias muy desagradables. Un pequeño «yo» accidental puede hacer una promesa, no a sí mismo, sino a alguna otra persona en un momento dado, simplemente por vanidad, o para divertirse. 
Luego desaparece. Pero el hombre, es decir el conjunto de los otros «yoes» que son completamente inocentes, tendrá que pagar quizás por toda su vida esta gracia. 
La tragedia del ser humano es que cualquier pequeño «yo» tiene el poder de firmar contratos, y que luego sea el hombre, es decir el Todo, quien deba enfrentarlos. Así pasan vidas enteras, cancelando deudas contraídas por pequeños «yoes» accidentales.

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